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A Fuego Lento

  • Foto del escritor: Abril Comas
    Abril Comas
  • 22 may 2020
  • 1 Min. de lectura

Amanezco y dentro de la pantalla hay un regalo, envuelto en un enlace, que me lleva a un tango de deseo concedido. Frunzo el ceño, no hay una voz melancólica que me cuente una triste historia de celos y decepción.

Entre las manos un café y entre los pies esas teclas de un piano que me lleva en volandas por las calles de un arrabal porteño. Robamos manzanas de un puesto callejero. Yo con un vestido de raso largo y un clavel en el pelo, él con su sombrero (el de cuero, por supuesto) salimos corriendo a carcajadas cuando llega la pasma.

En aquella esquina, un bandoleón callejero canta “A fuego lento”. El don y yo bailamos etéreos entre perros callejeros y ropa tendida. En un giro desgarrado el clavel de mi pelo pasa a mi boca, se me tropieza el equilibrio y dudo, hasta que su voz me ordena… sigue bailando loca!


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