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Autorretrato de un sueño.

  • Foto del escritor: Abril Comas
    Abril Comas
  • 21 feb 2021
  • 2 Min. de lectura

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Entre la almohada y la mesita de noche, queda varado "La Montaña Mágica", con el lomo patas arriba y el prólogo arrugado. Cuando mis párpados no resisten más, cae sobre mi pecho desnudo. Tardo exactamente diez segundos en lanzarlo sin voluntad hasta el borde del abismo que separa mi colchón de la mesita de noche donde duermen el resto de mis libros. Esta noche por suerte, no cayó al suelo.


Ya dormida, tiro del edredón de plumas, de nombre sueco impronunciable, para taparme hasta el borde de mi hombro derecho que, desvalido por su desnudez, reclama calor. Mi pecho izquierdo, descansa sin pudor su libertad sobre el derecho. Ambos van teniendo más contacto cada año que pasa y la juventud me va abandonando. Se acomodan uno sobre otro y los dos sobre la almohada que abrazo, una costumbre deliciosa, que no murió con mi niñez.

Mi respiración se muda de mi pecho a mi abdomen, poco definido ya, y se vuelve rítmica y monótona, como una máquina de vapor, en la que me convierto al perder la consciencia, en el tiroteo de cada media noche contra Morfeo.


Antes de disparar, siempre me avisa. Bostezo, como si quisiera llenar el mundo con el aire que emana de mi cuerpo cansado y me rasco el pelo desordenado, justo detrás de la oreja izquierda. Mis piernas que todavía cruzadas miran al techo, quedan yermas y cada vez pesan más. Es el momento de un ritual inconsciente que mis pies practican desde tiempos inmemoriales. El derecho, comienza a acariciar al izquierdo con mimo y con ternura, como si lo acunase en una nana dulce.


Morfeo, como buen francotirador, no falla. Remuevo entonces mi cuerpo, y me giro para abrazar la almohada, y emitir un sonido gutural que denota absoluta calma y abandono. Mis manos se abrazan entre ellas, protegiendo mi cuello. Descanso la barbilla, los labios y mi mandíbula sobre los nudillos y las las primeras falanges de mis dedos, que quedan en contacto con mi incipiente papada, hasta que el sueño se vuelve más profundo.


Durante el cambio de postura, dos víctimas invariables: un libro que sabe dios dónde acabará, y mi móvil que destila música relajante o algún podcats soporífero, que jamás termino de escuchar.

Mi Xiaomi de tres al cuarto suele dormir a mi lado toda la noche, unidos como estamos por el cordón umbilical de los auriculares. Habla, y habla sin que nadie le escuche, hasta que en un momento indefinido del tiempo y el espacio, una voz extraña se mete en mis sueños y le arranco de mi lado, sin un ápice de instinto maternal.


Semi inconsciente, giro sobre mí misma y vuelvo a mis rituales para ponerme a tiro del dios del sueño. Pero ya no le quedan balas con mi nombre. Las preocupaciones me devuelven a la orilla de la realidad y una luz rojiza se cuela tímida por mi ventana. Sonará el despertador en tres, dos, uno...

 
 
 

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