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DESPERTARES

  • Foto del escritor: Abril Comas
    Abril Comas
  • 8 dic 2018
  • 2 Min. de lectura

Un roce de tus labios en mi cuello estremece mi cuerpo, todavía dormido. Tu resuello se acelera junto a mi oído y mi diafragma baila al ritmo que le impone tu compás. A tu contacto, inhalo con avaricia todo el oxígeno que mis pulmones suplican. Una vez saciados expulso lentamente el aire ultrajado que ya no necesito. Mis músculos se van destensando, pausadamente, mientras te arrulla la cadencia perezosa de una consonante nasal, que me susurras que te sabe a paraíso.

Lames con fruición mi lóbulo derecho y me siento desamparada ante tan letal enemigo. Lo que me incita a ronronear ya sin pudor disimulado. Mi cuerpo va despertando al placer. Mis pensamientos se tiñen de rojo en segundos. Sigo de espaldas a ti, mi pelo sembrando la almohada, el dorso de mis manos juntas bajo mi barbilla, dibujando esa pose extraña, a tu juicio inimitable, única ruta conocida para conciliar mi sueño.

Esbozo, de incógnito, una sonrisa cuando siento que tu cuerpo desasosegado me busca sin consuelo. Mis pies traviesos se rozan el uno contra el otro y los tuyos se unen al juego. Mi cabello se desliza suavemente como el agua entre tus dedos. Tu respiración se desboca mientras recorres el mapa de mi mundo. Una de tus manos abandona la expedición por el sur para sujetar con decisión mi mandíbula y asaltar con ímpetu el cielo de mi boca. En ese escondite secreto el juego deviene en una lucha vehemente entre dos púgiles que han tirado la toalla antes de comenzar el ansiado combate. Entre risas forcejeamos, te inmovilizo y desafío triunfante tu mirada desbocada y sumisa a la vez. Mis ojos y mi cuerpo delatan la lluvia que llega para ir desatando sin prisa la tormenta perfecta.

Movimientos primitivos nos enredan anhelando infringir todas nuestras leyes fronterizas. La dictadura de los sentidos nos mantiene presos. Amenazados por la posibilidad de perder el ínfimo matiz de un cosquilleo perpetrado por huellas dactilares, que no dudan en declararse culpables, para cumplir cuanto antes su condena.

El caos vuelve a cada rincón de esa orografía, mil veces explorada, que sigue prometiendo tesoros ocultos a cada paso de nuestra expedición sin rumbo. Zarpazos torpes nos liberan de lo poco que abriga, aún, algún centímetro de piel. Prendas que estorban, egoístas, nuestro delirio; la sensual blonda, el delicado algodón y la exótica seda yacen vencidas a los pies de nuestro campo de batalla, sumidas en el ostracismo del destierro sin llegar a sentirse condenadas a sabiendas de que, más tarde que pronto, el indulto siempre llega.

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