EL PUZZLE
- Abril Comas
- 11 dic 2018
- 4 Min. de lectura
La música me despierta. Me revuelvo entre las sábanas. Siento dolor en el pecho, tensión, ansiedad, cansancio.
Recuerdo flashes de mi sueño inquieto. Corro entre trincheras, me salpica la tierra de los sacos destrozados por la metralla, llego a una especie de túnel, alguien me persigue. Acelero el paso, tengo miedo, noto un peso muerto en mi hombro; es un fusil …
“Para Elisa” insiste desde el móvil en que debo salir del letargo y comenzar el día. Hoy tengo reunión con Ramón … quizás la blusa roja desvíe la atención de mis ojeras.
¡Joder, ayer no planché los pantalones! ¡Arriba, que no llegas !!!
Desconecto la alarma, de un salto, salgo de la cama, a la carrera me meto en la ducha y espero a que el agua salga caliente. Mientras tanto no puedo evitar cerrar los ojos unos segundos para aliviar mi cansancio. Me veo sentada entre los escombros de un edificio que los bombardeos han convertido en ruina. Saco del bolsillo de mi sucia camisa una fotografía ajada…
El agua me quema los pies y me saca del ensoñamiento. Regulo la temperatura y sigo mi rutina. En veinte minutos estoy lista. Las ocho y cuarto. El café de un trago. Me maquillaré en el coche. Desde la ventana de la cocina veo las calles mojadas y vuelvo sobre mis pasos para coger un paraguas.
El segundo semáforo ya me pilla en rojo. Tamborileo mis dedos en el volante al ritmo de “Ironic” de Allanis Morrisete. Las primeras gotas activan el compás monótono de los limpiaparabrisas del coche. Pinchazos en las sienes. Fuera música. La sustituye el sonido familiar y bronco de la ciudad que despierta de tan mal humor como yo.
La presión de mi cabeza va en aumento con cada ráfaga de sonidos que dispara el teléfono. Sigo de espaldas a la mesa de mi despacho, ignorando las tareas pendientes. Desprecio el privilegio de la mejor vista de la ciudad para observar, hipnotizada, las enormes gotas que la tormenta empuja violentamente contra los ventanales.
Ignoro durante unos segundos la paciente voz de Elena que me anuncia la hora de la temida reunión.
Le doy las gracias con voz cansada. Le pido que no me pase llamadas y que me traiga analgilasa para este horrible dolor de cabeza. Abro el expediente 343/18 y reviso la documentación antes de reunirme con Ramón.
Engullo la píldora apurando el vaso de agua en el que queda marcado mi rojo de labios. Cierro un botón más de mi blusa. Y me recojo el pelo en una discreta coleta baja para evitar sus miradas incomodas.
Once y veinte. Tarde, como siempre. Espero, de pie, apoyada en la enorme mesa de caoba de la sala de reuniones.
Otro flash de mis horribles pesadillas. Mi pecho anhela aire, puedo oír como jadeo. Torpemente, intento secar, con el sucio pañuelo que llevo al cuello, un sudor frío que empaña mi visión de aquel encinar que ataño fue un campo de juegos para mí.
Más que parar en seco, caigo bajo el peso del zurrón y el Mauser 98 que rapiñé, al cuerpo sangriento de un nacional, hace diez kilómetros. Los perros siguen tras mi olor, sus ladridos lejanos me permiten aún un margen de maniobra. Elijo la gran encina donde él grabó nuestros nombres dentro de un corazón. Levanto las piedras de nuestra X en el mapa del tesoro y le arranco a la tierra nuestra vieja pelota hecha de trapos y dos plumas de tórtola que nos convertían en indios las tardes de verano.
No logro controlar el temblor de mis manos ensangrentadas que, aún torpes, siguen arañando la tierra seca con la ayuda de un cuchillo de monte. En segundos el escondite se hace lo suficientemente grande para guarecer la bolsa de cuero con aquellos documentos y una de las dos pistolas que llevo encima. Recoloco el zurrón y el fusil y corro sin hacer caso a mis pies desollados y moribundos. Aquel cerro está todavía tan lejos...
¿Qué me está pasando? Yo no he tocado un arma en mi vida. ¿Demasiadas series de Netflix? ¿Demasiado estrés? ¿Tener que volver a ver a ese cerdo hoy?
Pasaré de tres a cinco días de gym y pediré cita con Ernesto para un masaje relajante. Quizás el fin de semana lejos de todo me dé la clave de este puzzle que me está desquiciando.
Su voz grave inunda de repente la estancia haciendo el aire irrespirable para mí. Mi nombre me suena sucio saliendo de sus labios.
Mientras abro dosieres y expedientes Ramón ataca.
– Hay tiempo de sobra para el papeleo. Sabes que te prefiero con el pelo suelto, pero esa coleta….mmm… tienes un cuello precioso y lo sabes.
Se coloca detrás de mí y noto las yemas de sus dedos en mi nuca. Me giro bruscamente desafiándole con la mirada unos segundos interminables. Lanzo la carpeta sobre la mesa de juntas e inconcebiblemente consigo fingir firmeza con un tono de voz impostado. Mi voz suena sorprendentemente firme y serena aunque noto el pulso acelerado latiendo en mi garganta y comienzo a sentir nauseas.
-Hay dos copias. Revisa la tuya en tu despacho y lo comentamos cuando estés más centrado. Cuánto antes terminemos con este caso mejor.
Salgo de allí a toda prisa, las huellas de sus dedos me abrasan la nuca, un sudor frío perla mi frente, el ruido de mis tacones delata unos pasos inusualmente rápidos. Bajo la atenta mirada de Alicia logro llegar hasta el baño con la barbilla alta y la mirada en el vacío. Consigo reprimir las náuseas un instante más.
Después de vomitar el café y el asco juntos permanezco frente al espejo. Su carísimo marco rococó no consigue atenuar, ni un ápice, la patética expresión de mi rostro congestionado, ni el miedo en mis ojos.

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