El vuelo del ángel
- Abril Comas
- 16 sept 2019
- 3 Min. de lectura
Descorrió las cortinas despacio a la luz de un trece de mayo. Tal y como esperaba, un ronroneo perezoso escapó de los labios de Nastia. Quiso imaginar la media sonrisa que antaño le brotaba, cuando él la despertaba con el roce de sus dedos. Su espalda, blanca y diáfana, se estremecía con un escalofrío repentino y se le erizaba el vello de todo el cuerpo.
Ángel se sentó en el borde de la cama y le ordenó el cabello en la almohada, sobre su hombro izquierdo. Ella dibujó, ahora sí, una abierta y sincera sonrisa justo antes de abrir los ojos.
- Hoy es el gran día. Dijo como una niña que espera su regalo de cumpleaños.
Ángel correspondió su alegría guiñándole el ojo izquierdo y comenzó el ritual consagrado desde hacía veintidós años. Buscaba a tientas dos almohadones a los pies de la cama y los colocaba tras la espalda de Nastia. Una vez incorporada la besaba en los labios y recorría el pasillo hasta la cocina para llevarle a la cama un zumo de naranja y un café solo, en una bandeja alta de bambú.
- ¿De verdad me vas a dar café hoy? Ella rió a carcajadas. Creía que me tenías preparado Moët Chandon y fresas, como en los viejos tiempos. Lo planeamos así ¿ recuerdas ?
- ...y tu Vocalise de Rachmaninov en Praga. Estuviste maravillosa. Diez minutos de aplausos grabados para la posteridad. Lo recuerdo perfectamente. Le pedí a Ramona anoche que dejase preparada la versión original en vinilo y que planchase el vestido negro de raso que llevabas aquella noche. Debería haberlo colgado en la puerta del armario. ¿Está ahí?
- Está. También ha dejado los pendientes y la pulsera en la mesita de noche. Ven, alarga tu mano, los tienes a tu derecha.
-Primero te pondré el vestido y te recogeré el cabello como solías llevarlo a tus conciertos. Aunque me anuncies cien canas más cada día yo sigo recordándolo oscuro y brillante, casi descarado para una piel tan blanca y unos ojos tan azules. En tus formas no puedes esconder secretos, en tu voz tampoco, puedo oler hasta tus cambios de humor, pero los colores... cada vez me cuesta más revolver la oscuridad absoluta para encontrarlos en el recuerdo.
- Vamos, no te pongas intenso. Prepáralo todo. Quiero empezar la fiesta, ya. He estado esperando este momento veintidós años. Ponte elegante, por Dios, que yo sí puedo verte. Prometo no moverme de aquí hasta que vuelvas. Su risa volvió a brotar.
Cuando Ángel regresó a la habitación había rejuvenecido diez años. El smoking, aunque más ajustado, le devolvió la imagen del apuesto fotógrafo que conoció en Berlín en la cima de su carrera como violinista. Después de capturar su mirada altiva para la portada de "Times" la descubrió vulnerable cuando se llevó el violín al cuello ante el expectante Teatro Nacional de Praga. Su expresión gélida e impenetrable fue rindiéndose a las primeras notas que nacían de aquel objeto hasta entonces estéril. Los dedos de su mano izquierda danzaban ágiles sobre las cuatro cuerdas del mástil. Su brazo derecho, preciso y devoto a partes iguales, comenzaba en el hombro y terminaba al final del arco, que cobraba vida y se convertía en una extensión de sí misma, capaz de acariciar como el mejor amante para hacer brotar en infinitos matices los sonidos de la pasión.
Ningún objetivo consiguió plasmar el alma de la música, en la expresión de la diva rusa, mejor que el nuevo "enfant terrible" de la crónica social. Fueron tres intensos años de pasión desbocada entre egos, vanidad y excesos hasta el accidente. Él perdió la luz y solo le quedó la sombra, ella perdió el cuerpo y sólo le quedó la mente. Nunca más un violín para unas manos yermas, inútil una cámara para una mirada en tinieblas.
Manipuló su cuerpo inerte para vestirla y peinarla con esmero. Incorporó un almohadón más y Nastia quedó sentada en la cama. Ya sonaba la música cuando Ángel comenzó a mirarla con sus dedos, a verificar que los pendientes y la pulsera estuviesen en el lugar perfecto para resaltar su belleza, a recorrer centímetro a centímetro el raso de su traje de noche, hasta que quedó sin más arruga que la que provocaba la inclinación del precioso cuerpo, que él anhelaba en sus largas noches de deseo y que ella ya no podía satisfacer.
Después colocó las manos de su musa en el regazo con una magnolia entre ellas, se ajustó la pajarita, y esbozó un gesto con los labios que pretendió ser de alegría y quedó en una triste sombra mal disimulada.
- ¿Champange? Ángel buscó con su mano el rostro de Nastia y le acercó la copa con una pajita, sus labios ya estaban abiertos esperando el veneno como agua en el desierto tras tan larga travesía.
De sus ojos muertos brotó una lágrima al escuchar sus últimas palabras:
- Sabía que me querías, pero hasta hoy, no supe cuánto.
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