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Insomnio

  • Foto del escritor: Abril Comas
    Abril Comas
  • 23 nov 2020
  • 2 Min. de lectura


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Es mi primera noche de insomnio. Insomnio del de verdad, de pasar la noche en vela sin poder pegar un ojo. Es una experiencia nueva para una marmota como yo. Y en mi propia cama, entre mi funda nórdica estampada, recién limpia, con olor aún a suavizante rosa. Huele así, al rosa que pinta el plástico de otra botella que contaminará el océano.


No existe en la naturaleza un olor equivalente. "Talco" creo recordar que anuncia la etiqueta. Desde cuándo el talco huele a nada. Pienso entonces que, como reciclo, quizás ese deshecho se reencarnará en una bolsa del súper, de ésas que ahora te cobran, o quizás en el capuchón de un boli Bic. Canturreo: "Bic naranja escribe fino, Bic cristal, escribe normal. Bic, bic....". Me planteo seriamente si el Bic naranja sigue existiendo, hace lustros que no veo ninguno.


Entretengo el tiempo, en tareas tediosas a fin de resbalar de una vez y caer, en picado, al estanque de un sueño de aguas tranquilas. Deseo no encontrar hoy en su fondo soledad, ni tristeza, ni vacío, ni hiel.


Imagino sumergirme desnuda en aguas frescas, limpias y serenas; que me laven el corazón por dentro. Que arrastren al fondo, todas esas manchas pardas, que van apagando su rojo vivo. Ese rojo que fue el color de su vestido, con el que bailaba de ilusión en cada latido, para teñirlo, de pequeños lutos, que convierten cada mal sueño, en otro agujero en el alma.


Noto cada uno de esos agujeros, metálicos, oxidados, de llorarles encima y debajo los días tristes y las noches frías. Ahora que los miro de cerca, son de aquel naranja ocre, que recubría los columpios de los parques donde crecíamos los pobres.


Por esos agujeros, dentro de mi corazón, pasa un aire gélido, que me congela la sangre. Hasta que el frío no me llega a las manos y a los pies, es sólo una sensación de intranquilidad que no sé identificar. Cuando de mi boca sale vaho, aún en verano, recuerdo cada bala que agujereó mi pobre corazón cansado, y localizo las heridas.


Entonces suspiro, suspiro intensamente, para que ese aire helado recorra el laberinto de espacios en ruinas que sigue bombeando vida a regañadientes. Para que traspase veloz puertas y ventanas en una sinfonía descarriada. Sin compás, ni ritmo, ni partitura. El caos que siempre fue un réquiem por la inocencia.


En esa tesitura reconvierto mi corazón en el otro tipo de órgano: el instrumento. Una mueca parecida a una sonrisa se dibuja en mi boca. Los dos tienen en común que cada vez que los tocas, desafinan.



 
 
 

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